El ambiente era frío en las primeras horas del día de Nochebuena. A través del cristal algo empañado del escaparate de Azúcar Glasee, se podía ver la sonrisa siniestra de un muñeco de nieve que se iba consumiendo por momentos al ritmo de los villancicos navideños, al pobre lo habían colocado en una acera ahora soleada y se veía a la legua que no le sentaba nada bien a su salud. A Picatoste le daba pena… pero hoy no había lugar para tristezas, por fin había conseguido su sueño de poder lucirse en el escaparate ¡Y Qué bien se veía!, con su cresta de pimiento morrón se sentía fuerte e importante…sus ojillos de caviar negro brillaban de ilusión cuando un grupo de niños que pedían el aguinaldo se acercó al escaparate a mirar.
Una hora más tarde, una furgoneta de Catering Zambomba aparcó delante y un señor de rostro colorado y cuerpo regordete se acerco bamboleándose hacia el interior de la tienda; después de una charla, lo colocaron cuidadosamente en una bandeja dorada, junto a otros de sus compañeros de escaparate.
— Esta noche vais a ser los encargados de dar color a la Navidad —escuchó antes que los envolvieran en papel rojo.
(¡Navidad!... ¿Y qué porras era eso?)
—Oye pequeñajo, ocupas demasiado sitio para lo chico que eres ¡hazte a un lado jolín que me chafas el traje! —Dijo una señorona con vestido de salmón ahumado.
—Puff si, ¡en todo el medio! ¿Qué te has creído? ¡Por favor…! Si apenas eres una miga de pan recién salida de la alacena
—comentó la de al lado, engalanada con unas perlas de caviar rojo.
—Ya le había echado yo el ojo… con esa cresta punki que desentona una barbaridad, pero a ver, había que rellenar con algo la bandeja… bah, no tiene ninguna opción, esta noche acabará en el cubo de la basura os lo digo yo —dijo otra.
—No les hagas caso a estas locas, se les ha subido la mayonesa a la cabeza, tú relájate y disfruta del día —-le dijo un señor con el pelo de queso manchego.
— ¿Pero a dónde se supone que vamos?
— Pues no lo tengo claro, pero por Panbook circula una leyenda urbana que cuenta que es tradición entre la gente elegante decorar sus mesas de navidad con las exquisiteces más vistosas… ¿y qué somos nosotros sino eso?
— ¡No hables por ti gordo! A la legua se ve que tu pan está endurecido — le gritaron.
Y mientras todo es guirigay de protestas se producía, se trasladaban a toda velocidad por las calles de Madrid hacia un lugar totalmente desconocido.
Cuando el envoltorio rojo finalmente se abrió, mostró una maravillosa luz de colores filtrada a través de los cristalitos de las lámparas de araña que pendían del techo; alrededor reinaba la prisa, y con celeridad los fueron ubicando por las distintas mesas; antes de perder de
vista a sus compañeros, entre el caos reinante y las ordenes cruzadas, acertó a escuchar al señor Don Queso Manchego:
— ya se sabe que la vida de un canapé en navidad es efímera, así que pásalo bien, ¡no
caigas en la maldición del canapé podridoooo!
La noche transcurrió entre satenes, muselinas, dorados, música elegante y risas, y los compañeros de picatoste fueron desapareciendo de la mesa al mismo ritmo que el chinchín de las copas al brindar.
Cuando el ánimo festivo general fue decayendo, al igual que el buen gusto musical, Picatoste se encontró solo en la mesa… bueno él y una aceituna con cara de mosqueo …la maldición del canapé podrido planeaba sobre sus cabezas, y así, entre un reggaetón lento y el gran éxito de Paquito Chocolatero, terminaron (la aceituna taciturna también) en un cubo de basura en el callejón de atrás, donde un gato gordo se relamía los bigotes, preparándose para el inminente festín de Navidad que se iba a dar.
— Hombre Rufo, hoy te me has adelantado —dijo un niño acariciando al ronroneante gato— déjame algo, que esta noche quiero darle una sorpresa a mi abuela, ella dice que no tiene hambre, pero sospecho que es porque echa de menos a Mamá… ¡jope!hay hasta pollo asado, bueno pues cojo un poco de pollo, a ver… unos polvorones, cosas de estas de colores y…esta “galleta” tan guay, el resto te lo dejo a ti ¡Feliz Navidad Rufo!
(¿¿Galleta??)
Y de nuevo oscuridad… con la aceituna, que había caído allí por puro despiste. Después de un rato de ir de acá para allá en la mochila, chocándose con la fruta escarchada y las peladillas, apareció en una humilde habitación, donde los ojos tristes de una anciana sorprendida lo saludaron
— Ángel, no me gusta que salgas a estas horas…
— No pasa nada Abu, mira que cena tan rica nos han preparado, una cena de Navidad como las de antes, voy a poner la mesa y esta noche come, que yo se que Mamá nos ve desde el cielo y está enfadada porque no pruebas bocado.
Lo que nadie sabía es que la abuela de Ángel no comía solo por la tristeza de haber perdido a su hija, también sufría por no tener suficiente dinero para alimentar a su nieto y darle una vivienda digna, lo habían perdido todo cuando los obligaron a salir de su casa por no poder hacer frente a la hipoteca, pero la realidad era que tenía un nieto que valía millones y se esforzaba cada día por los dos, así es que con lágrimas en los ojos se sentó a la mesa a disfrutar con él de las escuetas viandas.
— Abu, esta “galleta” se la voy a dejar a Mamá, para que ella también disfrute como
nosotros de la Navidad —dijo colocando a Picatoste en una repisa.
Y Picatoste fue notando como se ablandaba su pequeño corazón de pan, endurecido por las últimas emociones vividas, y al calor de las dos únicas velas que iluminaban la estancia, entendió por fin lo que era la Navidad.
©Carmen Donado