(Relato)
Fíjate que aún la recuerdo... Continúa tan fresca en mi memoria como las rosas de su balcón, aún después de tantos años, tantos..., que he pasado de ser un chavalín al viejo caduco que ves. Jejeje. ¡Niña, no pongas los ojos en blanco! Sé que tiendo a contar "batallitas" de vez en cuando. Ésta será diferente...
Fue la sensación de ese verano... Y es que no te exagero si te digo que probablemente fue mi primer amor de juventud. Bueno, el mío y el de mis amigos, porque no se si te lo he dicho, pero teníamos un grupete muy majo: "El Zanahorio" y su pelo localizable a 5 km, "el Tronchamigas", siempre enseñando sus musculillos inexistentes, "el Mofletes" y su inseparable bocadillo de pan con pan, "Le Petitín", que era el mas pequeño del grupo, y yo, que me decían "el Mochuelo", porque iba "alelao" tooodo el rato. Cada uno eramos de un sitio, pero las circunstancias nos habían juntado en ese pueblo de Francia. Cosas que pasan en la guerra...
Quedábamos los cinco después de comer. Nos encantaba salir a esa hora porque, aunque allí no se llevaba mucho eso de la siesta, las calles se quedaban desiertas y hacíamos lo que teníamos que hacer dadas las circunstancias: tirábamos piedras a las macetas, perseguíamos gatos, cazábamos bichos, y todas esas cosas normales. Achurrascando hormigas con una lupa estábamos cuando ella apareció en el balcón de la Boucherie du Centre. No nos habríamos percatado de su presencia si no fuera porque comenzó a recitar unos versos en un idioma desconocido con una voz que sonó potente en el silencio de nuestras confidencias. Nos quedamos paralizados del susto... ¡Imagínate! ¿Quién se lo iba a esperar? Jejeje...
Asistimos con los ojos de par en par, hasta el final de la representación, tras la cual, lanzando un beso como hacia un público numeroso, aunque inexistente, desapareció entre la vegetación de la terraza. Nos miramos los unos a los otros, desconcertados. Nuestro verano había comenzado a ser sustancialmente más interesante. ¿Quién era esa mujer? ¿Volvería a repetirse aquello? ¿Qué idioma hablaba? Porque nuestro francés era algo escueto... pero es que no habíamos entendido "ni papa".
Al día siguiente aparecimos a la misma hora y nos sentamos al "solenton" de la acera de enfrente de la Boucherie; eso sí, bien provistos de nuestros barquillos con helado de vainilla para tomar, por si se repetía el espectáculo. La mujer no se hizo esperar, salió y comenzó a recitar. Frase a frase nos lo intentaba traducir "Le Petitín", según entendía él interpretando, a su manera, los gestos e inflexiones de voz, era algo así como "los comentarios del director". Su magnetismo era tal, y tan entretenidos estábamos, que el chucho local, aprovechando el momento de atolondramiento juvenil, se zampó una a una nuestras bolas de helado. Obviamente no nos dimos ni cuenta.
Día tras día acudíamos a aquella función teatral improvisada. Los cinco (con nuestros helados) cada vez más bronceados, el chucho cada vez más gordo, y las hormigas más felices que unas castañuelas. Ella se asomaba al balcón cuando nos veía allí esperando, con su taza de té en la mano, e interpretaba su papel. La brisa de verano mecía su pelo y los pajarillos parecía que le acompañaban con sus cánticos, como una orquesta en una función de verdad. O así lo imaginaba yo... Al terminar, nos lanzaba un beso y se despedia con un "Au revoir, mes petits guerriers!"
Para aquel entonces se había hecho bastante famosa en el pueblo, y aparte de nosotros, también se congregaban algunos lugareños, picados por la curiosidad. Paralelamente al aumento de su público, crecieron toda clase de chismes, comentados y adornados en su mayor parte en l'épicerie durante la compra diaria. Y es que no se había ganado ni con mucho la simpatía de todos: nadie sabía quien era, por qué vivía en ese edificio, y en definitiva, por qué diantres apareció allí. A mi madrastra no le gustaba, pero la toleraba, y es que le encantaba eso de perderme de vista aunque fuera un rato al día. Nosotros, sin embargo, vivíamos el momento sin mezclarnos en eso asuntillos de "espionaje" local; disfrutábamos de sus historias, y es que creo que a ninguno de los cinco nos habían contado alguna vez un cuento en casa. Habíamos nacido en tiempos difíciles, años en lo que era doloroso pararse a soñar.
Una de esas tardes, justo antes de estallar en vítores y aplausos y con todo el barrio allí congregado, aparecieron unos gendarmes con la orden de detenerla por desorden publico ...y el desorden lo montamos nosotros: hubo abucheos, e insultos a la autoridad pero no pudimos evitar que se la llevaran. Corrimos y corrimos detrás del coche mientras desaparecía entre una nube de polvo por le Chemin des Moulinilles... y se marchó de nuestras vidas.
- ¿Para siempre abuelo? ¿No la volvisteis a ver?
- Pues la verdad es que lo intentamos. Bueno..., todo lo que lo pueden intentar cinco niños.
A la mañana siguiente, cogimos el autobús nosotros solos y buscamos la Gendarmerie de Lury-sur-Arnon, que era la que quedaba mas cerca, y allí nos presentamos. Por supuesto, aparte de reírse de nosotros no nos dieron mas información de "la loca inglesa", como la llamaron, así que lo arreglamos con una lluvia de piedras que rompieron todos los cristales del edificio. Lo único que conseguimos fue un viaje gratis a nuestra casa subidos en el furgón policial y un castigo ejemplar por parte de nuestros padres.
Pasaron los años, pero yo nunca olvidé aquello. Investigué y entendí que era muy probable que la llevaran al Hôtel-Dieu para pobres de Bourges y allí, después de muchas indagaciones y papeleos, me pusieron en contacto con una muchacha cuya madre estaba ingresada allí desde más o menos la época en la que se la llevaron. Me pareció poco probable que fuera ella, ya que no me cuadraba que tuviera una hija, aunque a falta de una pista mejor decidí acudir a la cita.
Quedamos en las inmediaciones del hospital un día de abril, tomamos un té a orillas del Yvrette y charlamos sobre la guerra que acababa de terminar. Era una muchacha francamente bella con la que se me hacía muy ameno charlar. Y aunque no se parecía físicamente a ella, sus gestos a la hora de hablar me recordaban a aquella mujer a la que durante tanto tiempo busqué. Las horas en su compañía pasaron tan veloces que cuando miré el reloj, tan improbable era lo que vi, que creí que se había roto. Estuve alargando el desenlace de nuestro encuentro, y es que, sin pretenderlo, mi propósito inicial pasó a un segundo plano. Finalmente, cuando ví que no la podía retener más tiempo, la acompañé a visitar a su madre. Recorrimos las numerosas galerías acristaladas del hospital, bañadas por el sol de la tarde, uno al lado del otro, como si fuera un paseo de enamorados por las antiguas alas de algún castillo olvidado. Un suave hormigueo me recorría el cuerpo, y sinceramente, yo ya no sabía si era porque llegaba al final de mi búsqueda o por la cercanía de Claire.
- ¿Claire? ¿Cómo Claire?
- Niña no me interrumpas, que esto va de escuchar hasta el final.
- Per...
- ¡Que no, leñe! A mí no me hagas "espolies" de esos modernos.
- Vale, vale...
- Veamos... ¿por dónde iba? El "alzaimer" este... ¡Ah, si!
Llegamos a una puerta enrejada que daba al jardín interior, y allí estaba ella, entre las rosas, como antaño, con un libro de Shakespeare en su regazo. Nuestras miradas se cruzaron y me regaló esa sonrisa serena que nos había encandilado años atrás. Había envejecido de manera visible, pero aquella forma tan suya de mirar era fácilmente reconocible. No estaba seguro que me recordara... El tiempo también había pasado para mí, y perdí toda fe cuando me di cuenta que su mente vivía en un mundo paralelo muy alejado de la realidad: sus frases parecían inconexas y la mirada de Claire se ensombreció notablemente. "Hoy no tiene un buen día" dijo, acariciándole las mejillas. Pasamos el resto de la tarde haciéndole compañía en el jardín hasta que empezó a refrescar y la buscaron para llevarla a su habitación. Me despedí, siendo consciente que, muy probablemente, no la volvería a ver, y ella me dio un cálido abrazo susurrandome al oído "has venido al fin mon petit guerrier".
Llegamos a una puerta enrejada que daba al jardín interior, y allí estaba ella, entre las rosas, como antaño, con un libro de Shakespeare en su regazo. Nuestras miradas se cruzaron y me regaló esa sonrisa serena que nos había encandilado años atrás. Había envejecido de manera visible, pero aquella forma tan suya de mirar era fácilmente reconocible. No estaba seguro que me recordara... El tiempo también había pasado para mí, y perdí toda fe cuando me di cuenta que su mente vivía en un mundo paralelo muy alejado de la realidad: sus frases parecían inconexas y la mirada de Claire se ensombreció notablemente. "Hoy no tiene un buen día" dijo, acariciándole las mejillas. Pasamos el resto de la tarde haciéndole compañía en el jardín hasta que empezó a refrescar y la buscaron para llevarla a su habitación. Me despedí, siendo consciente que, muy probablemente, no la volvería a ver, y ella me dio un cálido abrazo susurrandome al oído "has venido al fin mon petit guerrier".
Con el tiempo, mis visitas a Mildred (que así se llamaba ella) se hicieron regulares y cada vez mas asiduas. Disfrutaba cuando un destello fugaz se cruzaba en su mente y me reconocía. Además, era mi punto de unión con Claire, que ya habrás adivinado que es tu abuela. ¡Ay, pillina! Pues ella disfrutaba cada vez más de mi compañía, y yo estaba encantado con ese hecho. Durante nuestras confidencias me relató como su madre, en un momento de supuesta lucidez, le había confesado como conseguía información confidencial para el ejercito inglés, valiéndose de su gira como actriz en un grupo de teatro en el período de entreguerras. Después, al ser descubierta y abandonada a su suerte, consiguió refugiarse en un pueblecito de Francia durante un tiempo, hasta que un informante dio con ella y la encerraron allí. Nunca comprendió si fue para protegerla o para enterrarla en vida. Después llegó ella al mundo. Un nacimiento un tanto incierto, puesto que no sabía si su concepción fue consentida por su madre. Me narró su infancia atípica entre los muros de aquel hospital, y de como Les Soeurs de la Charité le habían brindado una educación, gracias a la cual podía valerse por si misma como infirmière.
Nos hicimos novios, y durante nuestro noviazgo y posterior vida de casados no dejamos de visitar ni un solo día a Mildred. Intentamos poco a poco que tomara contacto con el mundo fuera de los muros del hospital. Fue muy difícil al principio, porque sentía demasiado miedo a salir, pero poco a poco fue tomando la confianza suficiente y conseguimos trasladarla a nuestra casa, donde le habíamos preparado un petit jardin donde disfrutó, hasta el final, de momentos plácidos con las lecturas que tanto le gustaban, rodeada, por supuesto, de las rosas antiguas más fragantes. El resto de la historia....¡ya la conoces!
- De verdad abuelo, ¡me has dejado loca!
- Ya ves, niña mía, como la historia de mi primer amor hizo que conociera al amor de mi vida.
- No te lo has inventado ¿verdad?
- Cuento buenas historias ¿eh?